Lo primero colocar la foto: con este paso ya hemos recorrido las 2/3 partes de la regata . Y casualidades de la vida , estamos condenados a ir de la mano el barco real español de " ACCIONA "100% eco powered, patroneado por Javier Saso con el virtual "COTO PESCA ENATE" pues tras 61 dias de regata hemos cruzado con una separación de menos de 12 horas el cabo de Hornos. No estaria nada mal que fueramos siguiendo ese rumbo semejante la central del Grado III de Acciona , con la gestión del coto de pesca Enate para mantener el caudal ecologico del Rio Cinca
Depues de esta foto como de costumbre voy a poner un relato y un video :
El video es de unos barcos navegando por el Cabo de Hornos (Es impresionante , y no como le estoy relatando que parece que es doblar la esquina e ir a por el pan)
Y lo segundo un relato que he encontrado por internet donde habla de naufragios , muerte y pendientes de oro para poder poseer algo si se sobrevive (aunque lo veais algo largo y peñazo hay curiosidades interesantes)
VIDEO:
RELATO:
"La sola visión de estas costas es
suficiente para que un hombre de tierra sueñe durante una semana con
naufragios, peligros y muerte". Charles Darwin, 1834.
En los años veinte se convirtió en costumbre saquear, antes que
ayudar, a las naves que naufragaban en el fin del mundo.
Nuestro barco ha salido de la Antártida y se dispone a cruzar el paso Drake, el
cruce de caminos en el que se enfrentan los océanos Atlántico y Pacífico. Poco
a poco vamos dejando atrás los bloques de hielo flotantes. Pingüinos, ballenas
y cormoranes dejan de jugar a perseguirnos. Nos sumergimos en las aguas más
salvajes del mundo.
El viento sopla oeste-noroeste a una velocidad de 54 nudos (27 metros por segundo).
La presión atmosférica es de 763 milibares. La temperatura del aire es de
cuatro grados y la del agua de apenas dos. La visibilidad es de poco más de
seis millas. Las olas cruzan el barco por la cubierta y hacen que sus tripas
crujan como los goznes de una vieja puerta. Los cabos están rígidos y los
mástiles vibran. En el interior del barco las cosas no están mucho mejor –
"Si es necesario arrodíllense para caminar, no se avergüencen" –
sugiere el capitán. No se puede comer : la comida se sale de los platos y hay
que sostener los vasos con la mano. No se puede leer : los ojos bailan entre
líneas, la cabeza y los pies se golpean rítmicamente contra los extremos de la
litera y es necesario hacer fuerza con los codos para mantener la posición.
Solo se puede vomitar y ver como la vida se balancea.
El Pacífico y el Atlántico, los dos océanos más grandes del planeta,
chocan violentamente en un lugar solitario que se esconde en el extremo sur del
continente americano. En ese siniestro paisaje las tormentas barren el buen
tiempo. Las olas, del tamaño de un edificio de cinco pisos, pueden oscurecer el
sol. Y los vientos, que soplan desbocados en todas direcciones, son capaces de
arrancar de cuajo el mástil de un velero. Islas de hielo de cientos y miles de
metros de extensión, capaces de destrozar el casco de cualquier barco, flotan
amenazantes a la deriva.
Un negro espolón de nombre legendario es eterno testigo de este
fascinante fenómeno natural : el Cabo de Hornos. Es la pesadilla de los
marinos. Y el sueño de viajeros inconscientes y aventureros suicidas. Se habla
de el en voz baja en todos los puertos del mundo. Cuentan que quienes no han
navegado por sus aguas no son auténticos marinos. Y que los que van vagabundeado
por su laberinto de olas no pueden olvidarlo jamás.
Ningún otro lugar en el mar ha roto tantas quillas, ha segado tantas
vidas y ha generado tantas leyendas como el Cabo de Hornos. Descubridores,
balleneros, misioneros, cazadores de focas, comerciantes, científicos,
traficantes, piratas… Todos han sentido como el corazón les temblaba y el
estómago se les encogía. Esa roca negra de perfil siniestro, rodeada de
ventisqueros sobrecogedores, ha sido testigo del crecimiento y la agonía de los
poderes marítimos y del nacimiento y el derrumbe de imperios. Esa roca negra,
moldeada, agrietada y corroída por las tormentas, ha visto como veleros,
goletas y bergantines eran juguetes en manos de las olas.
Han pasado los años y esa negra roca sigue manteniendo su firme
posición en el fin del mundo. Han pasado los siglos y el moderno navegante se
encuentra con el mismo infierno de antaño. El escenario es el mismo. Pero los
protagonistas del drama - no nos engañemos - se enfrentan a la naturaleza en
condiciones mucho mas ventajosas que antaño. Los barcos son ahora más sólidos,
más veloces, más manejables… y están equipados con la más avanzada
instrumentación: radar, ecosonda, radio… Un piloto del siglo pasado hubiese
vendido su alma al diablo por un GPS (Global Positioning System), un aparato
del tamaño de un teléfono celular y del precio de unos zapatos que,
conectándose con tres satélites, da la posición exacta con un margen de error
máximo de cien metros.
Dos días después de escapar del desierto de cristal nos acercamos al
Cabo de Hornos, extremo austral de Chile. Con el mar en este estado de
crispación es fácil imaginar como sufrían los viejos barcos, como sus velas se
hinchaban hasta reventar y como los gavieros se destripaban contra la cubierta
o desaparecían para siempre entre las nubes de espuma de las olas. El miedo
sigue viviendo aquí, en los 55º 59’
de latitud S. y 67º 12’
de longitud W del meridiano de Greenwich. Si observamos el globo y seguimos la
línea de los paralelos, lo encontramos 1.300 millas más al
sur que el cabo de Buena Esperanza, el extremo sur de Africa, y a 600 millas bajo la
latitud de la isla Stewart, de Nueva Zelanda. Justo en la mitad de la nada.
Durante varios siglos la llamada "DOBLADA DEL CABO DURO" a
vela fue considerada el máximo laurel de cualquier marino, comercial o
deportivo, militar o ballenero. Nacieron incluso clubes cabohorneros, donde se
agrupaban en peculiar orden caballeresco los vencedores del mito. Hoy
cualquiera puede alquilar un velero - o comprar una plaza en alguno de los numerosos
charters que frecuentan la zona - y darse el capricho con la seguridad de que
el único peligro que corre es el de no poder mantener la comida dentro de su
estómago.
Pero no nos engañemos, porque ni siquiera en un día soleado es fácil
visitar la isla Hornos, la más austral de las islas Hermite. El suelo de la
playa esta sembrado de grandes y redondeadas piedras, cubiertas de musgo y
algas, y el viento golpea de norte a weste. Las olas parecen esperar agazapadas
algún descuido del viajero para robarle el alma. En ese lugar se levanta un
monumento - construído por la
Cofradía de los Capitanes del Cabo de Hornos de Chile -
dedicado a los marinos desaparecidos, en el que está escrito un poema de Sara
Vial: "Soy el albatros que te espera en el final del mundo. Soy el alma
olvidada de los marinos muertos que cruzaron el Cabo de Hornos desde todos los
mares de la tierra. Pero ellos no murieron en las furiosas olas. Hoy vuelan en
mis alas, hacia la eternidad, en la última grieta de los vientos antárticos".
Al salir del Cabo de Hornos hacia Puerto Williams, Chile, el tiempo
enloquece. En las siguientes 100
millas se pueden recibir tres partes meteorológicos
diferentes : al principio, el viento supera los 40 nudos, las olas se levantan
por encima de los tres metros y llueve aguanieve. A la altura de la bahía de
Nassau la velocidad del viento ha descendido a 30 nudos, y las olas tienen un
metro de altura. En el canal Beagle el viento sopla a 15 nudos y la mar esta
casi llana. La enrevesada red de canales de la Tierra del Fuego logra
domar el mar.
En una taberna de Punta Arenas, muy cerca del puerto, se reúnen los
jueves algunos viejos lobos de mar. Beben ron y cerveza, recuerdan los buenos
tiempos, añoran a los buenos camaradas y canturrean viejas canciones marineras.
Sebastían atravesó el Cabo de Hornos por primera vez cuando tenía 17 años.
Ahora, "medio siglo y un año después", tensa los músculos de la cara,
cierra ligeramente los ojos y recuerda en un susurro sus días de marino: "
La primera vez que atravesé el Cabo de Hornos no era dueño de mí. Solo acertaba
a sujetarme con dientes y uñas a cuerdas y palos. Después he pasado por el
maldito Cabo al menos medio centenar de veces. Pero de verdad que no entiendo a
la gente : si no hubiera tenido que hacerlo para comer, para alimentar a mi
familia y no terminar tirado borracho en la calle, jamás hubiese vuelto a
navegar por ese maldito lugar. Es el reino de Satanás".
Charles Darwin no era hombre de mar. Pero durante su viaje en la BEAGLE entendió
perfectamente a aquellos que se jugaban la vida entre las olas: "A la
mayoría de los marinos - según mi parecer - les gustaría realmente muy poco el
mar si no hubiesen sido empujados a el por la necesidad, por los sueños de
gloria cuando muy jóvenes y por la fuerza de la costumbre cuando viejos, todo
lo cual constituye el único vínculo de atracción".
En 1616, cuando el dominio marítimo español había descendido, un
capitán holandés - al filo de la cincuentena - llamado Willem Cornelius
Schouten navegaba por aguas vírgenes de los mares del sur. Le acompañaban a
bordo del UNITY un puñado de hombre jóvenes, cubiertos con capotes de cuero
engrasados con sebo de león marino y pesados chaquetones de lana tejidos a
mano. Buscaban una nueva derrota hacia el Pacífico para eludir las restricciones
en las Indias Orientales. Era verano, la corta noche del 29 de enero, cuando
Schouten escribió en su diario: "Encontramos olas muy grandes e hinchadas,
procedentes del sudoeste. El agua era también de color azulino por lo que
juzgamos que a mano derecha, al sudoeste de nosotros, había un mar grande y
profundo, presumiendo sin duda que era el Gran Mar del Sur y que habíamos
descubierto un paso, que hasta entonces había sido desconocido y oculto… En
este lugar soportamos gran cantidad de lluvia, tormentas de granizo y un viento
de tal forma variable que frecuentemente teníamos que dar la vuelta y navegar
aquí y allá según las circunstancias, pues aunque era pleno verano se sucedían
grandes fríos y grandes tempestades del sudoeste… Le llamaremos al Cabo Hoorn,
el nombre de nuestra buena ciudad de Hoorn". Schouten fue el primero en
domar Hornos. Tras él, miles. Y cuentan que todos ellos tienen derecho a tres
cosas negadas al resto de mortales: orinar al viento, permanecer cubiertos en
presencia de un rey y colgarse un aro de la oreja. Viejas leyendas que ocultan
los verdaderos dramas del mar. Como que los viejos marinos, manirrotos,
derrochadores y pendencieros cuando pisaban tierra, tenían que colgarse aros de
oro de las orejas como inversión. Solo así tenían la seguridad de que siempre
les quedaría algo con qué pagarse un entierro digno si morían en una reyerta.
Hoy los tiempos han cambiado, pero no la naturaleza. El extremo de
América sigue sacudiéndose con rabia.
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